Edme Bouchardon, un maestro olvidado
Su nombre no es necesariamente conocido por el gran público, pero fue celebrado en su momento como el mayor escultor de su siglo, y sus dibujos eran coleccionados con tanta admiración como los óleos de los grandes maestros. Sus obras se pueden ver en el Louvre, así como en Versailles, y en París en la iglesia de Saint-Sulpice o en la Fuente de las Cuatro Estaciones de la calle Grenelle. Esta es la oportunidad del museo del Louvre (relevado por el Getty Museum de Los Ángeles que acogió la exposición en enero) de dar luz a la obra de Edme Bouchardon (1698-1762), cabeza visible de esta «generación de 1700» que, junto con Chardin Boucher o incluso Quentin de la Tour, tuvieron un celebrado éxito bajo el reinado de Luis XV en un momento de equilibrio del arte francés, rebasando el carácter ostentoso de Luis XIV pero aun sometidos a los rigores neoclásicos. Hablamos aquí de un barroco suavizado que consigue la síntesis perfecta entre la referencia a la Antigüedad y el estudio vivo de la naturaleza.
Los dibujos, que componen los tres cuartos de la exposición del Louvre, son los artífices de la puesta en marcha de esta exposición. Las dos obras magistrales de Bouchardon conservadas en el Louvre, El Fauno dormido y El amor fabricando un arco con la maza de Hércules nos muestran la medida del talento del artista y su predilección por pasar por diferentes tipos de erotismo. En su juventud, Bouchardon, cuya homosexualidad se revela sin tapujos en el catálogo de la exposición, hace en Roma una copia del original griego El Fauno Barberini remarcando el erotismo latente, una figura pasiva que expone sin pudor su belleza insolente completando una versión íntima y masculina del cuadro de Courbet El origen del mundo.
A pesar de la calidad de la ejecución (interesante destacar la finura de las alas hechas en mármol) y el virtuosismo de esta composición, Luis XV no la quiso en Versalles, donde prefería exponer una pieza que reforzase la idea de la masculinidad. Por ello acabó en Choisy (Val-de-Marne), donde el artista se encontró a la cortesana mecenas más conocida de todas, madame Pompadour. Un purgatorio para una pieza de enorme carácter que permanece aun hoy siendo una obra maestra de pálida ambigüedad.