"La muerte de Luis XIV": Léaud se corona
La peluca da a Jean-Pierre Léaud el aire de sufrimiento y suplicio de un monarca que se muere. El crepúsculo comienza a devorar el sol como la gangrena la pierna del soberano. Luis XIV está agonizando en el verano de 1715. Su desenlace duraría dos semanas. En la pantalla, apenas dos horas. A medida que la pierna del rey se va poniendo negra, la noche se apodera de la vida. Este es el último trabajo del cineasta español Albert Sierra (Honor de caballería, El canto de los pájaros), que filma cuidadosamente los últimos momentos de uno de los reyes más conocidos del trono francés. Cuanto más paso se abre la muerte, más se desdibuja la figura de Luis XIV para dar paso a la de Jean-Pierre Léaud (1944), quien tenía durante el rodaje cinco años menos que el soberano la mañana antes de su muerte.
Sería deshonesto pretender que el adormecimiento no toca a ratos a los espectadores, y los marcos creados de forma magistral (las luces regidas por Jonathan Ricquebourg son exquisitas) no llegan a ser suficiente para atraer la atención del público, pero a lo largo del film, asalta la chispa de sentimiento del cine de mitad de siglo que nos enamoró y en el que todo el mundo pudo ver a Léaud revelarse, reafirmarse, perderse, desaparecer sin dejar nunca de estar ahí, a su manera y que nos trae de nuevo a un Jean-Pierre Léaud polivalente, radiante e infinito.